El amor es fácil
Sobre Hebra de Marisa Negri (La Gran Nilson, 2016)
Los versos del tejido no se cortan y
encabalgan. Trozados en cuadraditos, se distribuyen sobre la cama figurando la
frazada que vendrá. Pasan por el telar para encontrar su forma, pero se abren
paso más allá. Cada uno de los textos repite la ceremonia de su título: ir
hacia la hebra como la infancia del tejido. Búsqueda de un origen, se atienden
los elementos olvidados de una trama. Toda la pequeña novela de Hebra se escribe hacia atrás, desandando
los tejidos, los bordados y hasta los mismos ovillos.
Ella suele hacer una distinción
entre sus anteriores poemarios. Estuario (En
Danza, 2008) queda más cerca de la voz personal y Las sanadoras (En Danza, 2012), del lado de la historia que nos es
común y compartida. Sin embargo, este último libro se inscribe como la
continuidad de un alejamiento que Marisa Negri (Buenos Aires, 1971) ha
practicado con la naturalidad de una ética. Distanciarse de la voz privada y el
intimismo vueltos modismo vacío, para hacer ingresar a otros en el texto. El
libro se vuelve una biblioteca de presencias, un territorio de guardado. El
libro es, entonces, un hecho comunitario.
Incluso cuando se escribe el álbum
familiar, excursión que se realiza a paso firme en Estuario, se ingresa a esa casa con la transparencia de la
comunidad. “Una casa no es un laberinto”, nos repite quien escribe como un
aprendizaje ganado al poema. Las
sanadoras expande la voz en un viaje al que ingresar mujeres y niños que
están presentes en la construcción de Hebra.
La infancia y quien la alimenta parecen ser los elementos que estos libros,
para nuestro bien, no abandonaran jamás. Para quienes elegimos seguir leyendo
de este lado de las cosas, es imposible separar esa marca de la biografía de
Marisa atravesada por la gestión comunitaria de Poesía en la Escuela y, hoy día, la Biblioteca Popular Genoveva del
Delta de San Fernando.
Las comunidades son formas de hacer
soportable el mundo. Y sin embargo, circundante, con cuatro costuras, hecho de
lana, el mundo es en toda la escritura algo conocido y al alcance de nuestras
manos. Pero es, además y ante todo, algo que se da a conocer. Poemas que se
podrían haber escrito con la tiza que ha usado en las escuelas durante todos
estos años, los poemas de Hebra se
nos presentan en la forma de la enseñanza y hacen del poema un aula:
“Madeja cruda teñida con barba de
palo, tiene que hervir para que tome color. El punto ceñido apacigua el viento,
las agujas nunca se dirigen al pecho.”
Una voz no es un laberinto. Se debe
poder entrar y salir de ella. Por esa condición pasa una sanación que sabe
distinguir entre el ovillo, y la mano que lo porta. El descubrimiento parece
sencillo pero es difícil. Como sucede con el amor, del que Marisa nos ha
repetido a sus amigos que ha de ser fácil para ser tal, la metáfora que reúne
hebra y vida estaba allí desde el comienzo pero sin que la podamos ver de
veras. La hebra pasa a ser la mano que teje, vehículo de una vida que, si
olvidamos, no hará jamás trama. Una lección que volvemos a aprender mientras
leemos: “El mundo es un ovillo que no puede soltarse todavía.”
Sobre el autor: Kevin nació en Seguí (Entre Ríos) bajo el signo de Capricornio del año mil novecientos noventa y tres. Tallerista de oficio las preguntas de su vida son cómo leer poesía, los vínculos entre literatura y vida e infancia y espacios poéticos. Como mediador de lectura ha trabajado esos interrogantes junto a niños, jovenes y adultos en diferentes instituciones y contextos.
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