Este es un viejo cuento de mujeres
carne blanca masticamos en los bosques
la costura del mundo nos contuvo
bordó la palabra en nuestros cuerpos
y en el altar del mundo se consumó el sacrificio.
Sea la voz
Sea el canto
*
Maitake
El bosque puede perderte
y el bosque puede encontrarte.
Hay una ardiente seta bailarina
en el corazón del roble,
naranja es su sombrero
y crece en la madera muerta.
Descansa tu cabeza,
que la risa haga su tarea.
Esta noche dormirás en los brazos
del dios que sabe danzar.
a Javier, a Noe, a Merita
Como esporas o semillas aladas que encuentran tierra fértil,
el fin retorna al origen.
En oleadas, en leves movimientos concéntricos
desde la espina al tallo, del sustrato a la savia, al micelio.
Ahora soy agua de mis muertos.
La camisa heredada, los libros, las canciones,
las cartas enviadas o no enviadas escritas en la niebla.
¿Qué decía ese lenguaje?
La vida continúa más allá de nosotros,
ahora es el ayer de mañana,
la delicada esfera que un pétalo dibuja alrededor del día,
la hora final de las visiones.
Ya pasó, ya pasó, ya pasó.
El grito animal de las paridas.
¿Estoy muriendo? ¿Es la misma luz de nacer?
El momento en que decimos sí, que decimos no,
que decimos basta.
Un cuerpo usado se deshace en la tierra,
reverdece, es carne de los dioses.
De mil modos distintos se reparte su herencia;
soy la que lleva tu voz,
soy la testigo,
soy una tarde en el mar viendo partir los barcos,
soy tu risa, una panza tensa de tambor con un latido dentro.
Perfume, presencia, colibrí.
Se reparte el alma como un pan entre los que respiramos todavía.
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