Niños Santos, por Lola Halfon

                                   foto de Joaquín Salguero para la Semana del Hongo, Bariloche.
 

Niños Santos, Marisa Negri

Presentación


Alimento y milagro


Los hongos nacen en silencio, dice Marosa.

Los hongos nacen del rayo, dice Marisa, y nos recuerda cómo siguen los versos de la poeta con la que comparte la música del nombre: algunos nacen en silencio; otros con un breve alarido, un leve trueno.

Y empiezo citando a la poeta uruguaya porque si hablamos de hongos, hablamos de tejido, de trama. Y si hablamos de poesía, también.

María Sabina prueba el poder de los niños santos, los sueña, brota la risa, nace el canto (llego al poema Canto para la recolección y pienso que algunos de estos poemas deberían cantarse, que este libro es un canto). A Sabina los hongos le hablaron, le contaron que iba a sanar con sus manos. ¿A Marisa alguien le dijo lo que iba a hacer con sus palabras? ¿Alguien le avisó?

En su libro La oruga, también nos trae a una precursora - María Sybilla - para hablarnos de la belleza de la muerte, de lo que respira y muta, de la vida que insiste.

La oruga espera la primavera para resplandecer, los hongos, el otoño. Deja que el viento entre en la casa / imita a las mariposas, nos invita Marisa en La oruga. En este libro, de setas y humedad, quizás podamos escucharla susurrar: deja que la red te contenga / imita a los niños santos.

Porque está lo que se pudre, pero Marisa (y María y Marosa) sabe (n) que la muerte es esa vida que comienza, que todo se destruye para volver a crearse, que hay que confiar en la urdimbre invisible.

En lo invisible, en lo pequeño y poderoso elige Marisa poner el ojo. ¿Pero elige? ¿O vienen a buscarla esporas, aleteos, hierbas,brotes reidores, hilos de seda?

Y no solo ellos. Hace Marisa de medium y lo confiesa: Es imposible silenciar a los muertos. No van a faltar en este libro sus voces: Sabina nos susurra oraciones y cantos; se presentan Olga, Rilke, Lao Tsé, los amigos que ya no están.

La poeta chilota Rosabetty Muñoz - a quien Marisa publicó con La Ballesta, de isla a isla - me visita, mientras escribo esto, con su poema Todo vuelve a su cauce, que termina: Me dedico a recoger los huesos / tan queridos de los nuestros / que se han ido / Aqui los amo otra vez en nombre / de todas.

En el poema de Niños Santos dedicado a los suyos que se han ido, Marisa empieza: Como esporas o semillas aladas que encuentran tierra fértil / el fin retorna al origen. Y unos versos después: Ahora soy agua de mis muertos.

Ambas lo traen a la hoja y reverdecen, hay confianza en el rayo - de ahí nacen los brotes que cantan-, lo amado retorna al origen.

Y siguen los diálogos con poetas amigas- así es el micelio, así es la poesía, esta gran e infinita conversación-: Natalia Litvinova, después de que la veamos masticar y escupir sin tragar las cabezas de hongos que encuentra creciendo en el moho de los árboles y lamer el polvillo de las mariposas, concluye: La fuerza de lo débil / me posee. Otra vez, hongos y mariposas. La potencia de la fragilidad. El micelio, una gran madre silenciosa que alimenta / una madre invisible que destruye.

Y ¿cómo se destruye con amor?, pregunta Gabi Klier, al hacerse una casa. Construir es destruir. Marisa nos recuerda que también el hongo puede ser nido / contener en su copa los huevos diminutos / que encierran el prodigio.

El diálogo, la poesía, la amistad continúan: En su Oda a ese hongo de pino, Romi Olivero nos revela: cuando no encuentro setas / sólo aparecen poemas. ¿Eso le habrá pasado a Marisa? ¿Por cada seta que no encontró, un poema? ¿Deberíamos agradecerles a los pequeños que brotan por haberse escondido para que emerjan sus versos?

Marisa no elige dónde poner el ojo. Hifas, pistilos, perfumes, las cositas la encuentran a ella. Sabe que la tierra no es tierra nomás, por eso de tanto mirar, ve. Así y todo, desconfía de la vista, de lo apabullante, de la demasía de lo visible:  y porque sabe que no todo está perdido, nos ofrece un corazón (además de un ojo), que intenta nombrar la vida que late, la belleza y su misterio.

Un corazón que perdura porque tiembla, que no le teme a los puentes que caen, que cree en la voz subterránea, en el polvo y sus huellas. Un corazón que entendió que la vida continúa más allá de nosotros y por eso nos recuerda: hay que descansar la cabeza y que la risa haga su tarea.

Marisa; Un cuerpo fructífero, brillante, este libro. Y para nosotres, tu poesía, alimento y milagro.

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