madreselva





A esta hora cada vecino asoma para esperar la lancha almacenera o deja una botella a modo de señal. 
Por el río desfila lento el verderío, la lancha tiene un collar de sandías en la proa, atraca enfrente y apaga el motor. Entonces se escucha la conversa, no las palabras pero sí el tono, el saludo, el repiqueteo de la lista de compras.
En nuestro muelle los últimos rayos de sol destellan en la pintura fresca. 
El trabajo se siente en el cuerpo, en las manos un poco entumecidas y una ampolla en el dedo que me obliga a tipear tosco.
Pero la alegría de cuidar la casa, el corazón de la Nautilus latiendo embellecido y una canción que crece mientras encendemos las primeras luces.

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