La lana es la vida. Es el arreo con silbido y buen
perro hacia la esquila y el hilado torcido para la resistencia. Los más
antiguos no están y nadie quedará cuando nos vayamos yendo.
Madrecita tejía ponchos bordados que no alcance a
aprender: roble, canelo, pello pello, tenía 12 años cuando todo empezaba.
Madeja cruda teñida con barba de palo, tiene que hervir para que tome
el color. El punto ceñido apacigua el viento,
las agujas nunca se dirigen al pecho.
Antes había más fiestas, buscaban a mi padre que era músico y tocaba bailes
antiguos, hacían cazuela de gallina, bailábamos cueca y pericona.
La lana tiene que hervir se le pone maqui para que nazcan
los colores.
Dice María Moliner:
Hace la araña su tela, el gusano su seda, labor de
punto o ganchillo. Hacer un nudo trenzar la red, pescar o urdir.
Pasar una serie de hilos y formar una tela, tejer un
sombrero de palma, una cesta de mimbre, una estera de esparto.
Ejecutar una danza cruzando brazos y piernas. Tejer
el porvenir. Tejer la ruina.
Yo nací en la casa, había matrona y se
llamaba Doña Pérez.
Hay
que ir al río a lavar.
Por acá somos solo mujeres las que tejen y dicen que
más allá tejen también los hombres. Acá no se pasa hambre porque tenemos papa. Íbamos
a mariscar a pata pelada. Este telar es como una guitarra.
Cardar el poncho para la
suavidad.
Los hilados eran de un
solo color: todo era blanco o todo era plomo o todo era negro. Los colores se
urdían en la cabeza.
Tomar el uso y hacer la
hebra era costumbre del vivir antiguo.
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