Cuando la
niña autómata sube a la lancha los pasajeros adhieren sus espaldas al asiento
para evitar el golpe.
Ella sonríe
desbocada y se desploma en su sitio de siempre a la derecha del timón.
No habla
pero acepta galletas y caramelos que mastica con voracidad. Su hambre es de
otro mundo.
No mira. Es
un pájaro mecánico con los ojos muy abiertos fijados en la fronda.
Blindada por
el chaleco salvavidas descansa la mariposa metálica que le permite volar.
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