La memoria del té (Maite Esquerré)





La memoria del té. Texto de presentación de Kasu, de Marisa Negri. Por Maite Esquerre
Instrucciones para vivir una vida:
Prestar atención.
Sorprenderse.
Y contarlo.
Mary Oliver
Kasu, apuntes sobre el té (La gran Nilson, 2019), así se llama el nuevo poemario de Marisa Negri. Nos disponemos a leerlo, queremos saber todo sobre el té. Abrimos el libro. Leemos el primer poema. Y la casa se nos llena de té de jazmín. Entonces nos damos cuenta que no abrimos un libro, estamos en una ceremonia, un ritual de los sentidos. El aroma nos envuelve y nos trae una calma, cito:
hierve agua en un jarro enlozado
estira su mano hacia la lata azul
abre el té de jazmín
y aspira
también este dolor
pasará
Dice Okakura Kakuzo en “El libro del té” que el arte del teísmo es el de recatar la belleza que se acaba de descubrir y de sugerir lo que uno no se atreve a revelar. Ahí está el noble secreto de sonreírse a sí mismo, sosegada pero enteramente. La poeta descubre y comprende la ley de la impermanencia y comparte su sonrisa con las palabras necesarias y precisas, sin la exuberancia o la arrogancia de quien se supone poseedor de un conocimiento que el otro no tiene. En este sentido, el poemario se presenta generoso y humilde desde el inicio.
La autora atiende al tiempo de la contemplación, a un tiempo femenino, podríamos decir. Entre estas hojas el tiempo no corre, brota (Bachelard). Las imágenes brotando a cada sorbo de té.
Entraremos descalzos/ en el tiempo del té; dice Marisa, y más adelante la clave para el ingreso: no proferir palabra desde el amanecer/ dejar los zapatos en la entrada/ junto con el pensamiento.
Para dejar el pensamiento necesitamos el silencio y la observación sin prejuicio. La poeta nos invita a detenernos, a demorarnos, haciendo vibrar cada hoja entre los dedos, las del té, las de este libro… conectando todos los sentidos a un orden distinto, más cercano a la disposición de las estrellas en el cielo, al origen sutil.
Los espacios en blanco entre los versos revelan esa intimidad que se necesita para la preparación del té. Parece decirnos: Paciencia, siempre hay evidencias para los que se detienen. El poemario destrona el tiempo entendido en términos de productividad capitalista, donde demorarse en contemplar la vida, en asistir a la transformación de las cosas, es un desperdicio. Eso que encontramos resumido en el slogan publicitario “me tomo cinco minutos y un té”, la poeta lo cuestiona:
Tiempo/ para que ascienda el sonido del agua/ que hierve en la tetera de hierro
Tiempo/para revolver con el batidor de bambú/ el polvo de té
Tiempo/para que los tres sabores del matcha/ acudan a la cita:
dulzura/amargor/astringencia.
Como en el poema “Maestro de té” se necesitan tres movimientos para entrar en el instante poético que nos propone Marisa: primero, el ojo. Leer las hojas que se despliegan, entre sus pliegues. Segundo, velar la vista, despertar los otros sentidos, los que en la vida cotidiana suelen estar supeditados a la mirada: el gusto, el tacto, el olfato, el oído (vaya, teníamos un cuerpo íntegro: el cuerpo cansado/ agradece). Tercero, abrir los ojos al cielo, agradecer y accionar (comprender).
Es decir, parece que leemos un libro sobre el té, lisa y llanamente, pero… El primer y segundo movimiento se tocan, suceden casi de manera simultánea: leer el texto con todos los sentidos entusiasmados. Y en el paso de un pliegue al otro, cuando el vapor de los textos nos entibia la cara, comprendemos la acción interna que está operando y agradecemos: el libro habla de mujeres.
Estas mujeres se van tejiendo en los poemas, no se imponen, surgen. Sus texturas van creando la trama del poemario: cada historia, cada dolor es una flor tranquila. Lavarán toda pena/ en la distancia perlada del agua.
Marisa utiliza el tiempo presente y la tercera persona como procedimiento para actualizar el recorrido de estas mujeres. Escribir es activar y recuperar en la memoria colectiva una vida que había sido olvidada en la trama de la historia.
El único olvido que se realiza en el poemario es el de sí. Kakuzo dice que los bebedores se olvidan de ellos mismos ante una taza de té. La poeta realiza un corrimiento para que hablen esas mujeres, y es la misma acción que debemos hacer nosotros lectores para escuchar lo que relatan las mujeres en los pliegues de estas hojas.
La anciana que canta mientras bebe su té, mujeres que hacen temblar las hojas de té en sus dedos, la muchacha que lee las hojas en el fondo del poso, mujeres con trabajos mal pagados llevan vendas en los tobillos, las chicas que inventaron el saquito de té, ella que escucha la respiración acompasada de los hijos cuando duermen, las niñas en el servicio de té, la recolectora de té que sueña, la viajera atenta a los detalles, ancianas cuidando el origen del té, mujeres anónimas que controlan con su ternura el punto de ebullición del mundo. Todas ellas convergen en el poemario: los extremos del mundo se han tocado/ una línea de tiempo llega hasta el borde de la taza.
Una mujer del inicio del libro se transforma en el último poema en un nosotras potente.
Mientras haya textos como estos, nada es olvidado, nadie es olvidada.
Luego de leer Kasu permanece una sensación de reposo en el cuerpo, la mente aquietada, las imágenes de las mujeres resonando, el sentimiento después de haber reído, y el pecho y el corazón calentito luego de un buen sorbo de poema.
Volvamos a la primera belleza: también este dolor/ pasará. Hasta que suceda, sonriámonos y tomemos un poco de té:
Espejo de té
El río comienza a aquietarse
reposan las hebras doradas en el infusor.
Quiero decirle a ella, decirme que todo pasará
que será complicado, pero resultará bien.
Bebemos juntas este té
bajo los nombre amados
aquí
ahora.

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